Hace vivir el proceso con que Dios nos fue revelando su vida íntima, en la historia de Israel, en tiempo de Jesús, y en la evolución el proceso de la teología.
Nos levanta a contemplar a Dios en sí mismo, comparándolo con nuestra vida espiritual, consorte de la naturaleza divina. Aunque las tres personas actúan juntas, vamos descubriendo nuestra particular relación con cada una.
Deja vislumbrar las cumbres de la mística, y despierta el deseo de seguir avanzando hasta los más altos grados de la unión con Dios.
Pregustamos el cielo, en el que podremos conocer a Dios como somos conocidos y admirar eternamente su perfección.